En la crianza muchas veces los adultos repiten lo que escucharon durante su infancia, desconociendo que las palabras pueden tener consecuencias. Desde un comentario irónico o una comparación, hasta una amenaza en tono de enojo, qué expresiones evitar y por qué.
La forma en que se habla a un hijo no solo transmite un mensaje: también moldea vínculos, construye identidad y puede definir el modo en que ese niño se percibirá a sí mismo en el futuro. Así, muchas veces, lo que parece un comentario al pasar dicho por el adulto, ya sea en un momento de enojo o cuando se quiere marcar un límite, puede tener consecuencias a largo plazo.
“La manera en que hablamos con nuestros hijos moldea su mundo interno. No sólo educamos con lo que decimos, sino también con cómo lo decimos”, aseguró consultada por Infobae la médica psiquiatra infanto juvenil y directora del Departamento Infanto Juvenil Ineco Andrea Abadi (MN 76.165). Según explicó, “el tono, la intención y el momento en que usamos la palabra tienen un peso enorme en su desarrollo emocional, social y cognitivo”.
Para la licenciada en Psicología especialista en crianza y orientación a padres y coautora de Adolescencia divino tesoro, Lorena Ruda (MN 44.247), “la forma en la que se les habla a los hijos es fundamental” porque si el mensaje se transmite en un “contexto de gritos y enojos es probable que lo que se diga solo los haga sentir mal”.
En ese marco, el impacto no solo está dado por el contenido sino por la situación: “los etiquetamos ya sea hablando con ellos o de ellos con otras personas, los comparamos con pares o hermanos y los ponemos en falta mostrándoles que no están cumpliendo con nuestras expectativas”.
Desde una perspectiva similar, el médico psiquiatra infanto juvenil y subjefe del servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano de Buenos Aires Andrés Luccisano (MN 122.284) señaló que “la comunicación es a los vínculos lo que el sistema inmune es al cuerpo”, y remarcó que durante la crianza, “la comunicación es una de las claves principales para favorecer un desarrollo pleno y un crecimiento saludable”.
Cuando las palabras se combinan con ironías, amenazas o desvalorizaciones, sus efectos pueden ser más duraderos que lo que un adulto supone. “Las ironías, burlas o amenazas pueden tener un impacto negativo y distorsionar el mensaje que el adulto realmente quiere transmitir”, advirtió Luccisano. A su vez, Ruda remarcó que este tipo de expresiones “generan inseguridad, afectando directamente en su autoestima”.
El uso reiterado de frases descalificadoras no sólo tiene efectos inmediatos. Según Ruda, algunas expresiones “se apropian en los chicos como parte de su ser” y luego son difíciles de desarmar. “Lo acarrean en la adultez sin haberse quizá cuestionado cuánto de ese rasgo o conducta era algo pasajero que se convirtió en un modo de ser”, planteó.
Abadi también observó consecuencias estructurales: “Los niños que escuchan reiteradamente este tipo de discursos terminan desconectándose emocionalmente: se habitúan, se defienden y dejan de registrar lo que se les dice”.
Luccisano remarcó en que “las etiquetas pueden influir en la formación de la personalidad, las comparaciones afectar la autoestima y los chantajes emocionales generar confusión y desconfianza en los vínculos”. Por eso, resaltó que es necesario hablar con “claridad, asertividad y empatía”.
El impacto se extiende incluso a lo no dicho. “Un diálogo claro abarca no sólo los aspectos verbales, sino especialmente los no verbales: hablamos más con los gestos que con las palabras”, explicó Luccisano. “Los niños no sólo escuchan lo que decimos: lo viven”, sintetizó Abadi.
Las tres voces coinciden en que poner límites es necesario, pero el modo en que se comunican puede marcar la diferencia. Para Abadi, “poner límites no es castigar: es cuidar”. Y sugirió hacerlo con firmeza, frases breves, sin preguntas que abran lugar a negociación, y validando las emociones sin ceder ante ellas.
En ese sentido, Luccisano consideró que “hablar en medio de un enojo es como intentar apagar un incendio con combustible”, y propuso elegir el momento adecuado, con lenguaje claro y respetuoso. También señaló la importancia de “poner nombre a lo que sucede” destacando que “validar emociones y poner palabras lo que el niño siente ayuda a que lo pueda comprender y transformar” y de que los adultos “pidan disculpas si cometen un error”. “Esto enseña a reparar, fortalece el vínculo y modela la responsabilidad emocional”, aseguró.
Ruda agregó que “la amenaza constante genera miedo pero no modifica la conducta”. En lugar de castigar, sugirió marcar consecuencias con claridad: “No es lo mismo decir ‘si no hacés la tarea no salís’ que ‘para salir hay que hacer la tarea’”.
El desafío, dicen, no es evitar errores, sino tomar conciencia del peso que tienen las palabras. “Nadie nace sabiendo cómo ser madre o padre. Y con cada hijo, la crianza se reinventa -concluyó Luccisano-. Tomar lo aprendido de nuestros propios vínculos, sumar conciencia emocional y regular nuestro lenguaje verbal y no verbal hace una diferencia significativa en la forma en que nos comunicamos con nuestros hijos”.
Nota publicada en INFOBAE: https://www.infobae.com/tendencias/2025/06/29/15-frases-toxicas-que-dejan-huella-y-nunca-hay-que-decirle-a-un-hijo-segun-los-expertos/